quarta-feira, 15 de outubro de 2008

Análise de materiais catequéticos

CRITERIOS PARA EL ANALISIS Y DICTAMINACION
DE LIBROS Y MATERIALES C (ATEQUETICOS
-(in Actualidad Catequetica, 157-158 (ano 1993)

Elaborados por la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe y la Subcomisión Episcopal de Catequesis

I. CRITERIOS GENERALES

1. Los contenidos básicos de los Catecismos oficiales de la Conferencia Episcopal Espafiola son el plinto de referencia aI que ha de acomodarse la pro­gramación de otros libras o materiales catequéticos. Se ha de comprobar si és­tos son realmente «instrumentos de apoyo», complementarios de aquellos Ca­tecismos; esto es, si se adaptan a sus temarios y aI espíritu que inspira su selección y concatenación.

2. Estos instrumentos catequéticos, en su estructura, deberán referirse a los elementos característicos de la iniciación cristiana:

- la profesión de fe
- la celebración de la fe en los sacramentos
- la oración
- y la vida cristiana (moral; compromiso apostólico y misionero; vida co­munitaria).

3. Se deberá ver, en consecuencia, si, según lo exijan los progresivos nive­les de desarrollo, se exponen suficientemente los núcleos fundam entales de la fe y la doctrina cristianas; se inicia a los destinatarios en la liturgia y oración de la Iglesia; y se recogen los criterios y normas principales de la conducta mo­ral, así como la vida de la Iglesia y su misión.
4. Todo material catequético debe proporcionar elementos que ayuden a los catequizandos a fijar la memoria en sentencias bíblicas, expresiones de fe recogidas en el Nuevo Testamento, expresiones de fe acufiadas por el magiste­rio de la Iglesia, fórmulas litúrgicas, otras oraciones comunes y formulaciones doctrinales.

5. Los libros o materiales catequéticos, presentados para su análisis y dic­
taminación, conviene que desarrollen un ciclo completo de catequesis.
Con frecuencia se proyectan planes amplios y cíclicos: temarios, por ejem­pIo, para las catequesis de infancia, preadolescencia y juventud, curo desarro­110 se va haciendo paulatina y fragmentariamente. En estos casos, para dar un juicio completo conviene esperar a que ef plan se haJa realizado en su totali­dad y, hasta entonces, esos instrumentos catequéticos no deberán usarse en la práctica. La razón es que resulta prácticamente imposible emitir un dictamen justo sobre el tratamiento de los diversos temas sin poder comprobar si, a lo largo dei ciclo completo, han sido expuestos progresivamente en su integridad doctrinal.

6. Uso de las Sagradas Escrituras

Para el uso de las Sagradas Escrituras, téngase presente los criterios si­guientes:

6.1. Procúrese que la Sagrada Escritura inspire realmente eI desarrollo de los diversos temas doctrinales, sin que las perícopas bíblicas se reduzcan a ser sólo un medio para apoyar la exposición de la doctrina.

6.2. Evítese una indiscriminada acumulación de textos bíblicos y hágase una cuidada selección de los pasajes y perícopas que sean verdaderamente fun­damentales para la interpretación y comprensión de la síntesis de la fe y moral cristianas.

6.3. La presentación deI mensaje bíblico, teniendo en cuenta una exégesis científica y rigurosa de los textos, se hará de acuerdo con la lectura hecha por
la tradición viva de la Iglesia (Cfr. DV 11). Hay que evitar, por tanto, que eI sen­tido de los datos bíblicos que se ofrecen no sean un simple resultado de la apli­cación de los métodos histórico-críticos, prescindiendo, de hecho, de la inter­
pretación católica.

6.4. No separar en compartimentos estancos los mensajes deI Antiguo Tes­tamento y deI Nuevo Testamento sino hacer ver la unidad que existe entre am­bos; ha de quedar patente que eI Antiguo adquiere su plena significación en eI Nuevo Testamento, aI que, por su parte, explica e ilumina. En esta lectura cris­tiana deI A.T. habrá que tener en cuenta lo que los Padres de la Iglesia han lla­mado «la condescendencia divina».

6.5. Hay que evitar el error en que a veces se incurre de restringir el ámbito de la «historia de salvación» aI Antiguo Testamento, olvidando que los aconte­cimientos dei misterio pascual de Cristo sou la culminación de la salvación de Dios en la historia y que la historia de la Iglesia es la actualización, el constan­te «hoy», de esa salvación.

6.6. No se reduzcan las intervenciones salvadoras de Dios en la historia a
meras propuestas morales y espirituales (eI desierto, el éxodo, etc.), destinadas únicamente a iluminar el sentido de la existencia humana. Habrá que ver tam­bién en los acontecimientos de esa historia de salvación que Dios mismo, en ella, comunica y revela «algo» de sí mismo que rebasa y trasciende la mera his­toria de los hombres y sus expectativas.

6.7. Procúrese que la Sagrada Escritura no se interprete mediante un úni­co esquema estereotipado, con una cierta inspiración ideológica, como, por ejemplo, la oposición entre institución y carisma, sacerdocio y profetismo, ley y libertad, etc.

6.8. Póngase de relieve la conexión entre la historia de salvación, transmitida por la Biblia y los Símbolos de la fe, reconocidos por la Iglesia como resúme­nes o compendios de las Sagradas Escrituras «
7. Expresiones de la Tradición viva de la Iglesia

7.1. Inclúyase, sobre todo en materiales dirigidos a catequistas o para la catequesis de jóvenes y adultos, testimonios de los Santos Padres. Más que el número de textos importa la selección de algunos más representativos y expresivos de manera que ayuden a los catequizandos a compro bar cómo la fe ha sido profundizada progresivamente en la tradición de la Iglesia y a to­mar conciencia de que eIlos mismos participan en la corriente viva de esa Tradición.

7.2. Con la misma finalidad, especialmente para la catequesis de ninos y adolescentes, incorpórense testimonios de la vida de los Santos y, en su caso, algunas muestras de sus escritos más significativos.

7.3. Alúdase a acontecimientos, verdaderamente importantes, de la histo­ria eclesiástica y senálense algunas manifestaciones deI arte cristiano y otras expresiones culturales de la vida de la Iglesia.
7.4. Reconózcase a la liturgia el lugar decisivo que tiene en la trasmisión de la fe; ofrézcanse textos de los Rituales de sacramentos, de la «Liturgia de las Horas» y, sobre todo, deI Misal, especialmente trozos seleccionados de las Ple­garias Eucarísticas. No se debe olvidar que la lex orandi es lex credendi.

7.5. Recójanse algunas expresiones de la confesión de fe de la Iglesia (Sím­bolos o Credos) y textos mayores deI Magisterio: textos de Concilios Ecuméni­cos y ensenanzas oficiales de la Iglesia, en especial de los Papas. En igualdad de condiciones, escójanse los textos más expresivos.

7.6. Por razón de su vigencia actual, concédase atención privilegiada a los documentos deI Concilio Vaticano II y, entre ellos, a las cuatro Constituciones: «Lumen Gentium», sobre la Iglesia: «Dei Verbum», sobre la divina revelación; «SacrDsanctum Concilium», sobre la sagrada liturgia y «Gaudium et Spes», so­bre la Iglesia en el mundo actual. .

7.7. No se incluyan «credos» ni «Plegarias Eucarísticas», compuestas por autores particulares y ajenos, por tanto, a la oración oficial de la Iglesia. Cuíde­se de que las posibles propuestas de formulaciones de oraciones y expresiones de fe no se presten a ser confundidas con los textos oficiales de la Iglesia.

7.8. No se admita un material que, con una cierta preferencia, cite autores profanos o aduzca testimonios de vida de personajes no cristianos.
7.9. Introdúzcanse también textos de teólogos o autores contemporáneos, evi­tando los que proceden de libras, revistas o artículos doctrinalmente dudosos, problemáticos o conflictivos que, aun cuando se citen junto a otros textos doctri­nalmente válidos, difícilmente pueden suscitar en los destinatarios la adhesión eclesial y sí, por el contrario, causarles desconcierto, dudas y confusión.
7.10. Es importante que la transmisión dellenguaje básico de la fe recoja las diversas formas dellenguaje de la Sagrada Escritura y de la Tradición: el relato de los acontecimientos salvadores, la confesión de te, doxología, el him­no, la bendición, la acción de gracias, la súplica, la promesa, el mandamiento, la exhortación, las fórmulas de alianza, las fórmulas y proposiciones asertivas que describen o definen conceptos y realidades de te, etc.

7.11. Procúrese que las citas bíblicas, patrísticas, deI magisterio, etc., no aparezcan como elementos sueltos o yuxtapuestos sino enmarcados en el con­texto de manera que formen con éste una unidad de sentido y gramatical, que ayude a su más exacta comprensión y valoración.

7.12. Procúrese que para la reproducción de los textos bíblicos se tomen las versiones bíblicas que emplea la Liturgia; en todo caso, los textos bíblicos han de ser tomados de versiones aprobadas por la Iglesia.

11. CONTENIDOS DOCTRINALES

8. Fidelidad a la fe de la Iglesia

8.1. Los libras y materiales catequéticos, ante todo, han de transmitir con fidelidad la fe de la Iglesia, tal como lo propone nuestro Magisterio. Ha de que­dar siempre claro lo que realmente son contenidos de la fe y lo que son comen­tarios teológicos o catequísticos de la Iglesia.

8.2. A continuación, se sefialan algunos aspectos deI mensaje cristiano que, en los momentos actuales, han de tenerse especialmente presentes aI analizar y dictaminar los instrumentos catequéticos.

a) DIOS

8.3. La catequesis cristiana es esencialmente, teocéntrica. EI tema de Dios, en consecuencia, ha de ser tratado en sí mismo y por sí mismo de forma que Dios sea presentado como ser personal, principio y fin de toda realidad, crea­
dor, providente y salvador. EI tema de Dios en sí mismo es, sin embargo, una laguna muy importante que se da en algunos materiales catequéticos.
8.4. No es suficiente, piles, tratar de Dios de manera indirecta, refiriéndose a EI como respuesta aI sentido de la vida humana o como «el Dios de Jesucris­to», que ayuda a desmontar falsas imágenes de Dios.

8.5. Dios debe aparecer siempre como Sefior deI universo y como el sujeto agente que, en el centro de la existencia humana, interviene decisivamente en ella con su juicio y amor. Dios se revela como Creador y Padre de misericordia que re­nueva aI hombre y a la creación (mirabiliter condidisti rnirabilius reformasti).
8.6. Ha de ensenarse que los hombres tienen capacidad para conocer a Dios, principio y fin de su vida y de todas las cosas, a través de las obras de la creación, de acontecimientos senalados de la vida humana, de la voz de su con­ciencia y deI anhelo de felicidad que sienten en su corazón.
8.7. Ha de mostrarse también que, para que todos los hombres puedan al­canzar un conocimiento cierto y sin errares, de Dios a través de sus huellas y rastros en el mundo, Dios quiso revelarse a sí mismo en la historia humana. La plenitud de esa revelación histórica de Dios aconteció en la vida, muerte y re­surrección de su Hijo Jesucristo y en el envío dei Espíritu Santo.

8.8. Jesucristo ha revelado que el Dios uno y verdadero es Padre, Hijo y Espí­ritu Santo. Es necesario comprobar que los instrumentos catequéticos profesan y expresan con exactitud el misterio trinitario. En ocasiones, se deja de exponer el misterio de la Santísima Trinidad en sí mismo, reduciéndolo únicamente a la ma­nifestación de las divinas personas en los acontecimientos de la historia de la sal­vacÍón. Otras veces, en sentido contrario, se cae en el detecto de ofrecer fórmulas trinitarias, desconectadas de la revelación deI misterio de Dios en la historia.

8.9. En los últimos anos, se han dado, a veces, catequesis pretendidamente «cristocéntricas» pero que no lo eran en realidad, porque, aI reducir práctica­mente a Jesús de Nazaret a un reformador de la sociedad, no han profesado que Cristo es el camino que desemboca en el teocentrismo trinitario, distintivo de la fe cristiana.

b) JESUCRISTO

8.10. Los libras y materiales catequéticos han de recoger las aportaciones válidas que se han hecho en los últimos anos acerca de la verdadera humani­dad de Jesús y deI carácter histórico de los acontecimientos de su existencia te­rrena, de sus actitudes, deI proceso de su muerte, ele. Algunos instrumentos catequéticos, pocos, todavía no han incorporado suficientemente los aspectos históricos de Jesús de Nazaret y pueden dejar la impresión de cierto sabor «monofisista» en el acceso a su misterio.

8.11. Ha de cuidarse, aI mismo tiempo, con suma atención que, aI desarro­llar las cuestiones cristológicas, no se subraye tan unilateralmente lo histórico de Jesús que se oscurezca y casi se silencie su ser de Hijo de Dios «de la misma naturaleza deI Padre».

8.12. Pueden encontrarse, de hecho, instrumentos catequéticos que apenas afirman que «Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre» más que de forma indi­recta o con modos de hablar que, en el conjunto resulten formales.
8.13. Se ha de tratar expresamente de la encarnación deI Hijo de Dios y, con ese motivo, hablar, clara y distintamente, de la divinidad de Cristo, de la preexistencia deI Hijo unigénito y eterno de Dios y de la singular concepción de Jesús en las entranas de María siempre Virgen, sin intervención de varón.

8.14. Debe prestarse atención especial a algunas presentaciones deI «Jesús de la historia» que se reducen a recoger los resultados de la reconstrucción de la vida de Jesús mediante la sola aplicación de los métodos histórico-críticos y esto no sólo aI margen dei dogma eclesial e incluso de la confesión de fe dei Nuevo Testamento sino seleccionando de los evangelios, sobre todo en los si­nópticos, por prejuicios históricos y culturales, determinados dichos y hechos de Jesús, aI tiempo que otros se soslayan o se olvidan. Estos procedimientos de mera reconstrucción histórica conducen a considerar a Cristo sólo como mo­delo de conducta para los hombres o como una fuente de posibilidades huma­nas pero no como el Salvador enviado por Dios.

8.15. AI analizar los materiales, téngase presente que dar a conocer a Jesús tal como realmente file, en su realidad histórica y en la realidad plena de su persona y de su misterio, no es posible sin la aceptación, en la fe, de los evan­gelios, tal como los ofrece e interpreta la Iglesia. En esta presentación de Jesús no debe faltar el tema de los milagroso
8.16. Cuídese que se incluyan confesiones de fe cristológica, tomadas deI nuevo Testamento y de la Tradición. Estas últimas, sobre todo, se rehuyen con frecuencia por considerarias fruto de una especulación ligada a una metafísica deI rasado siendo así que la Iglesia, desde sus orígenes, ha leído esta fe en la naturaleza específica de la salvación traída por Jesús de Nazaret: en El, Dios se ha dado aI hombre de una manera total y última, no a través de un puro hom­bre sino a través de su Rijo único.

8.17. En las últimas décadas, la investigación exegética y teológica ha pro­fundizado en las causas históricas dei proceso y muerte de Jesús. Esta impor­tante aportación ha de incorporarse a los instrumentos catequéticos porque el inculcar la historicidad de estos hechos asegura que el Rijo de Dios ha entrado de veras en nuestra historia de injusticia y de violencia y muestra, además, la solidaridad por la que EI optá en favor de los hombres discriminados y misera­bles.

8.18. Ra de cuidarse, sin embargo, que la muerte de Jesús, no aparezca, pura y simplemente, como el resultado deI conflicto de sus pretensiones de úl­timo enviado de Dios con los presupuestos ideológicos sobre Dios, lo religioso y la misma existencia humana de quienes lo condenaron a muerte: es decir, que no aparezca como el mero resultado de un conflicto sociopolítico con las autoridades deI pueblo de Israel y deI imperio romano.

8.19. Es insuficiente, por tanto, y fruto de determinadas ideologías tratar de explicar la muerte de Jesús, únicamente, como consecuencia deI choque cie­go de la sociedad instaurada por los poderes humanos de su tiempo con una pretendida sociedad alternativa, propuesta por Jesús.
8.20. Es también insuficiente e ideologizante presentar la muerte de Jesús sólo como el término "lógico» de la actuación de un hombre, plenamente libre frente a todo lo que en su entorno histórico significa «autoridad»: la ler, el templo, el sacerdocio, etc., y que trae la liberación a quienes están siendo vícti­mas de las instituciones políticas y religiosas de una sociedad opresora.

8.21. En este tipo de interpretaciones queda siempre extraordinariamente oscurecida, cuando no negada, la autoconciencia de Jesús respecto a su singu­lar relación con Dios, el Padre, y a su misión mesiánica salvadora.

8.22. Para estas interpretaciones, lo original de la muerte de Jesús parece reducirse aI valor ejemplar de su solidaridad con el hombre, que le neva hasta la entrega de la vida.

8.23. La catequesis sobre estas cuestiones está hoy especialmente necesita­da de una seria y profunda clarificación. Muchos materiales caen en las pre­sentaciones parciales e inadecuadas que se acaban de enumerar.

8.24. Sin abandonar la exposición de sus causas históricas, es imprescindi­ble destacar la dimensión teológica de la muerte salvadora de Cristo por nues­tros pecados, como se revela y explica en el Nuevo Testamento, especialmente en S. Pablo y en la carta a los Rebreos.

8.25. Es preciso afirmar que la muerte de Jesús no es sólo un ejemplo de vida para los hombres ni la suprema manifestación de su solidaridad con los hombres pecadores y marginados de la sociedad civil y religiosa. Entregándose en obediencia libre a la muerte, Jesús cumple los planes salvadores de Dios, su Padre. AI entregar a Jesús, su Rijo inocente, a la muerte de cruz, Dios nega hasta la extrema donación de sí mismo a un mundo alejado de EI por el peca­do: es ésa su definitiva y máxima muestra de amor a los hombres. En la muer­te de Jesús, Dios mismo ha condenado el pecado y en ena «ha reconciliado aI mundo consigo sin pedirle cuenta de sus pecados» (2 Cor. 5,19), ofreciendo a todos el perdón y la salvación. En virtud de la muerte de Jesús, las relaciones entre Dios y los hombres han experimentado realmente un giro decisivo.

8.26. Los libros y materiales catequéticos han de conceder a la presenta­ción de la resurrección de Jesús de entre los muertos ellugar central que le co­rresponde como acontecimiento culminante en que se funda la fe cristiana; lu­gar que no siempre ha tenido ni en la catequesis ni en la teología.

8.27. Examínese atentamente si se expone con precisión en qué sentido la resurrección de Jesús que, en sí misma, es un acontecimiento único que tras­ciende la historia, afecta, sin embargo, y pertenece realmente a nuestra histo­
ria porque la resurrección se ejerció sobre el cuerpo de Jesús, depositado en el sepulcro, en un tiempo determinado de la historia y dejó testimonio histórico en las apariciones y en el sepulcro vacío.

8.28. En la presentación de la resurrección de Jesús, se encuentra difundi­do hoy, con frecuencia, un cierto «fideísmo» que neva a soslayar el conjunto de sucesos históricos: las apariciones deI Resucitado juntamente con el hallazgo deI sepulcro vacío; mediante, los cuales, los primeros testigos, que estaban ciertos de la muerte de Jesús, cambiaron radicalmente de actitud aI adquirir la certeza inesperada de la realidad de su resurrección. AI presentar la resurrec­ción hay que proclamar claramente que Jesús resucitó y no sólo que vive.

8.29. Cuídese que la interpretación de las manifestaciones dei Resucitado no se reduzca a puras experiencias subjetivas de los Apóstoles y primeros discí­pulos.

8.30. Cuídese también que el indicio negativo de la tumba vacía no se ex­plique como un símbolo creado por la comunidad para expresar que Jesús ha­bía resucitado.
8.31. Preséntese la resurrección de Jesús, en sí misma, como su entrada en la gloria de Dios, su Padre, ámbito de una existencia radicalmente nueva e inexperimentable para nosotros; pero afírmese que esa resurrección, que no se limita a ser la revivificación de un cuerpo muerto, incluye, en todo ca­so, la glorificación corporal. Se detecta hoy una tendencia adejar en la pe­numbra y sin explicación todo lo que se refiere a la corporeidad deI Sefior Resucitado.

8.32. Dígase claramente que la resurrección de Jesús no es un simbolismo de la vida nueva de los creyentes ni de que la «causa» de Jesús sigue viva: la «causa» de Jesús va adelante precisamente porque EI está vivo.

8.33. AI exponer la confesión de fe cristológica, no se puede introducir se­paración entre el Verbo y Jesucristo ni entre el Jesús prepascual y el Sefior re­sucitado. Aunque, por razones metodológicas, es lícito considerar los diversos aspectos deI misterio de Cristo, no se debe perder nunca de vista la identidad de! «1esús de la historia» y e! «Cristo de la fe».

c) EL ESPIRITU SANTO

8.34. Es importante que los libros y materiales catequéticos destaquen e! decisivo lugar deI Espíritu Santo en la economía de la salvación, recuperación lograda por el Vaticano 11, recogida y ampliada en documentos posconciliares y, en especial, en los rituales litúrgicos.
8.35. En consecuencia, sefialan esos materiales la acción deI Espíritu San­to en e! misterio de Cristo: encarnación, muerte y resurrección; en la constitu­ción y misión de la Iglesia; en la remisión de los pecados; en los acontecimien­tos escatológicos: resurrección de los muertos y vida eterna; y en las epíclesis incorporadas a la celebración de los sacramentos y, en particular, en las Plega­rias Eucarísticas.

8.36. Téngase en cuenta que, a veces, se presenta erróneamente e! Espíritu Santo como una fuerza impersonal o como un puro símbolo de la vida nueva de los creyentes.
8.37. Afírmese que el Espíritu no es un puro y simple dou creado sino e! dou divino, en e! que Dios se da y comunica a sí mismo; y la fuente de las gra­cias y dones que e! mismo Espíritu reparte según quiere.

8.38. Analícese, por tanto, si se afirma expresamente la divinidad de! Espí­
ritu Santo, digno de recibir la misma adoración y gloria que el Padre y el Rijo.
8.39. Atiéndase también a que, en la exposición de este tema, no se oscu­rezca la distinción personal deI Espíritu Santo respecto aI Padre y ai Rijo en la unidad de! Dios vivo.

8.40. Recuérdese que e! Nuevo Testamento muestra que el Espíritu da tes­timonio de Cristo, asiste a los discípulos, ordena, prohibe, consuela, alienta, conforta y ora por nosotros, es decir, aparece como sujeto agente de determi­nadas acciones. Acúdase a este lenguaje para hacer ver que el Espíritu Santo es una Persona, como el Padre y el Rijo.

8.41. Cuídase que no se conciba el Espíritu de Dios como fuente de una re­velación nueva: El hace profundizar a los creyentes en los hechos y palabras de Jesús, llevándose así a la verdad plena.

8.42. Es cierto que Jesús resucitado y el Espíritu Santo actúan íntima e in­separablemente unidos en su acción de dar vida y guiar a la Iglesia y a la hu­manidad pero deben evitarse expresiones que inducen a identificar aI Espíritu con eI Sefior resucitado.

8.43. Es un hecho muy positivo haber recuperado que el Espíritu Santo es la Ley viva de la Nueva Alianza y reconocer que El conduce a los creyentes a la libertad interior pero se describe, a veces, esa libertad como una especie de es­pontaneidad, «instintiva», desvinculada de compromisos morales, de la obe­diencia y la cruz de Cristo, de las actitudes de servicio y caridad, y, en una pa­labra, de las exigencias objetivas de la vida cristiana.

d) CREACION Y SAL V ACION

8.44. La ensefianza de la Iglesia sobre la creación es una laguna frecuente en los materiales y libros catequéticos con lo que esto supone para la recta comprensión deI hombre y sus relaciones con Dios, para la fundamentación de la moral cristiana y para la comprensión de la justa autonomía de las realida­des temporales.

8.45. Procúrese que la acción creadora de Dios no se proponga como un mero principio filosófico abstracto y que, por el contrario, la profesión de Dios, creador del cielo y de la tierra, aparezca como una afirmación religiosa que despierte en el creyente la confianza de que toda la creación se sostiene en Dios, quien la llevará a la plenitud a la que El mismo la ha destinado.

8.46. En consecuencia, la verdad cristiana sobre la creación no se ha de presentar simplemente como una verdad que, separada de las demás, tiene consistencia en sí misma sino como algo que, de hecho, se ordena a la salva­ción traída por Jesucristo. La creación de todo lo visible y lo invisible; deI mun­do y de los ángeles, es el inicio de la historia de la salvación.
8.47. Téngase en cuenta que, hoy día, intentando exaltar la dignidad deI cuerpo humano, no faltan catequetas que silencian, en el hombre, la existencia de un elemento espiritual e inmortal que la Iglesia designa con «la palabra "al­ma", consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición» (Congr. para la Doctrina de la Fe, «Carta sobre algunas cuestiones referidas a la escato­logía», n.O 3). De hecho, la inmensa mayoría de libros y materiales catequéti­cos, puede decirse que no emplean nunca la palabra «alma», olvidando la doc­trina de la Iglesia, según la cual «aunque ella no ignora que este término tiene en la Biblia diversas acepciones, piensa que no se da razón alguna válida para rechazarIo y juzga, aI mismo tiempo, que aquí se hace absolutamente indispen­sable una palabra para sostener la fe de los cristianos» (Ibidem.)

8.48. La ausencia de la Doctrina de la Iglesia sobre el pecado original es otra de las grandes lagunas. Si se habla de él, o bien se trasciende apenas la descripción y lenguaje dei relato deI Génesis; o bien, de manera ambigua, se reduce el pecado original a una alienación profunda, en la que todos los hombres nacemos situados, a causa de los pecados de toda la humanidad o «pecado deI mundo», sin referencia especial a una culpa que tuvo lugar en los orígenes de la historia humana. Falta por consiguiente, la afirmación de que el hombre, sin la salvación de Cristo, no puede salir, por sí mismo, de su situación de pecado ni evitar su muerte.

8.49. Los materiales hablan mucho de «los hombres nuevos» pero se hecha en falta, por lo general, una exposición, directa y clara, de la gracia de Dios por la que el hombre, incapaz de salvarse por sus propias fuerzas, es justificado deI pecado, interiormente renovado y recreado como hijo de Dios y fortalecido pa­ra hacer el bien.

8.50. También deben proponerse sin ambages las exigencias de la «vida nueva» en Cristo, las exigencias morales personales postuladas por el evangelio y las actitudes cristianas ante la vida y el mundo.

e) LA IGLESIA

8.51. La fundación de la Iglesia es presentada hoy, a veces, de manera par­cial y fragmentada. Unos la relacionan con la predicación y acción deI «1esús de la historia»; otros la sitúan sólo en el acontecimiento pascual de Pentecos­lés; otros la ven, únicamente, como un desarrollo puramente histórico y socio­lógico, aI margen de la voluntad y acción de Jesús.

8.52. Se oscurece, en ocasiones, que la Iglesia es, ante todo, un misterio de comunión, fruto deI amor de Dios a los hombres, en la que están presentes y actúan siempre el Selior resucitado y el Espíritu Santo que unen entre sí y con Dios a todos los creyentes.
8.53. También se desvirtúa la concepción de la Iglesia, como sacramento en Cristo de la unión con Dios y de todo el génera humano cuando se reduce el signo sacramental (sin referencia a Cristo y aI Espíritu), a la rectitud de vida, la acción e iniciativas apostólicas de los creyentes que forman la Iglesia visible, sujetos aI error y aI pecado.

8.54. Estos presupuestos conducen a la fuerte crítica que se hace de los pe­cados, defectos y errores de los miembras de la Iglesia en todos sus niveles y, especialmente, en el de la jerarquía. Libras y materiales catequéticos sencillos reflejan esta desafección respecto de la Iglesia que está en la raíz de indiferen­cias, receIos y rechazos frente a ella.

8.55. Algunos materiales no subrayan suficientemente ellugar único e in­comprable que tienen, en la Iglesia, los Apóstoles, elegidos y enviados por Cris­to: olvidan que Cristo no está presente en la Iglesia al margen deI testimonio y misión de los Apóstoles. Es muy importante que los instrumentos catequéticos destaquen que el ministerio apostólico y su continuidad en el ministerio ecle­sial es, en la Iglesia, signo y garantía de su fidelidad a los orígenes y a la comu­nión con el Selior resucitado.

8.55 bis. A veces se presenta una Iglesia en la cual, prácticamente, no hay cabida para el ministerio apostólico ordenado. Hay que subrayar que la Iglesia no es una sociedad entre iguales.

8.56. Algunos materiales, aI tratar de la Iglesia con vistas a su «renovación», pareceu identificarse con el grupo de discípulos que, pretendiendo volver al «Je­sós de la historia», dan su adhesión personal a la «causa de Jesús». Los puros y simples vínculos psico-afectivos de quienes constituyen el grupo se confunden con la comunión en el Espíritu. EI pequeno grupo cristiano, en ocasiones, pare­ce contraponerse a la Iglesia apostólica y a su Tradición y autoridad, entendién­dose, alguna vez, el ministerio eclesial como si fuese una delegación deI pueblo y un exponente que se limita a recoger la conciencia creyente común deI grupo.

8.57. En este aspecto, los materiales catequéticos apareceu como un refle­jo, a pequena escala, de tendencias que, viendo la historia de la Iglesia como un proceso de degradación y decadencia respecto a sus orígenes, tratan de «re­novaria» siguiendo la «causa» de Jesús y superando las hipotecas de la Iglesia histórica, provenientes de haber pactado con los poderes sucesivos, considera­dos como incompatibles con el Evangelio.
8.58. En relación con estas tendencias, hay que decir que la Iglesia es, sin duda, el grupo humano de discípulos que inspiran su conducta en Jesús de Na­zaret, recordando su palabra y reproduciendo, de forma actualizada, sus acti­tudes. Pero hay que decir también que no hay posibilidad de encuentro con lo que Jesús file y dijo sino mediante su palabra y sus sacramentos, transmitidos por el ministerio eclesial recibido de los Apóstoles. La fe en Cristo nos llega siempre a través de la Iglesia.

8.59. Las presentaciones de la Iglesia que, viendo a Jesús como un perso­naje ejemplar deI pasado, se desentienden de su presencia viva en ella, reducen la Iglesia a un simple grupo humano que se guía por su lectura subjetiva de la historia de Jesús o a una simple asociación religiosa encargada, a lo sumo, de prolongar su «causa». En consecuencia, la Iglesia dejaría de ser sacramento de Cristo en el mundo y el cristianismo no pasaría de ser una ideología religiosa o una religión más entre las muchas existentes o posibles.

8.60. Hay, por otra parte, catequesis nostálgicas que cultivan preferente­mente ciertas formas históricas y accidentales dei pasado sin convertirse a la normatividad de la Iglesia actual ni abrirse a las perspectivas siempre nuevas que lleva consigo la dimensión escatológica de la Iglesia.
8.61. Estas últimas tendencias catequéticas conciben, sobre todo, la Iglesia como una sociedad o institución que ofrece unos medi os objetivos de salvación personal y rehuyen la visión de la Iglesia como Pueblo de Dios que peregrina en la historia. Sin distinguir adecuadamente la Iglesia deI Reinado de Dios, consideran que, de algún modo, la Iglesia ha alcanzado la plenitud de su per­fección. También sou estas tendencias fuente de receios y críticas a la Iglesia visible e histórica.

8.62. En resumen: las eclesiologías de distinto signo que ofrecen algunos libros y materiales catequéticos conducen a visiones ajenas aI ser mismo de la Iglesia que parece, a veces, contemplada como resultado de nuevas iniciativas humanas y configurada simplemente conforme a leyes sociológicas.

8.62 bis. Con alguna frecuencia, se reducen los sacramentos a meros sig­nos, silenciando su eficiencia instrumental bajo la acción principal de Dios.

8.63. En algunos casos, se minusvalora o incluso se niega la completa sa­cramentalidad y legitimidad deI Bautismo de ninas, por la falta de fe personal y libre en esos bautizados.
8.64. Ciertas opiniones recogidas en catequesis preparatorias de la Confir­mación y en moniciones para su celebración, parecen pODer lo sustancial de aquel sacramento sólo en la «ratificación» personal y libre que, de su Bautis­mo, hacen los candidatos aI aceptar como suyos la fe y los compromisos bau­tismales que, en su infancia, Giros profesaron en su lugar. La aceptación libre de la fe, expresada públicamente en la Confirmación, vendría a subsanar la fal­ta de libertad con que recibieron el Bautismo quienes fueron bautizados antes de tener uso de razón. La Confirmación no es un sacramento para minorías se­lectas que está destinado a todos los creyentes y ha de considerarse en el con­texto de la iniciación cristiana. Para Giros aspectos de este sacramento, véase la Nota de la c.E. para la Doctrina de la Fe sobre «algunos aspectos doctrinales deI sacramento de la Confirmación».

8.65. Cuídese que no se silencie el aspecto sacrificial de la Eucaristía, redu­ciéndola simplemente a un banquete fraterno, expresión de la fe común o deI común amor de los participantes. Cuídese también que no se entienda la pala­bra «memorial» en eI sentido de un recuerdo meramente subjetivo.

8.66. Conviene fijar la atención en los materiales destinados a preparar la celebración deI sacramento de la Reconciliación y Penitencia. En algún caso, ni siquiera se menciona la confesión de los pecados. Los materiales han de ex­pODer con exactitud las diversas formas de celebrar sacramentalmente la Re­conciliación y hacer constar expresamente las condiciones exigi das para poder recibir la absolución colectiva. (Forma C).

f) ESCATOLOGIA

8.67. Se observa una importante laguna en lo que se refiere a las cuestio­nes escatológicas: muerte, juicio, infierno y gloria. Prácticamente ausentes en la mayoría de los instrumentos catequéticos, cuando se tratan, o bien se pre­sentan sin la necesaria actualización teológica o bien se proponen de una ma­Dera desvaída e imprecisa.

8.68. Para las catequesis que se cierran a la existencia, en el hombre, de un elemento espiritual e inmortal (ver n.O 8.48. de estas criterios), no muere el cuerpo sino el hombre entero. La vida después de la muerte parece entenderse como una re-creación total deI hombre, llevada a cabo por la omnipotencia de Dios: no hay en el hombre, en consecuencia, ningún principio, irreductible a la materia, llamado a la inmortalidad.

8.69. A veces, se habla deI infierno como de una simple llamada de alerta que Jesús hizo en su predicación con vistas a la conversión. Parece tratarse, piles, de una mera posibilidad real. No se afirma, en efecto, que el hombre es suficiente­mente libre como para negarse hasta el final aI perdón y aI amor salvador de Dios.
8.70. Algunos mate ri ales parecen identificar las realidades escatológicas con una utopía intrahistórica, es decir, con la construcción de una sociedad humana alternativa que consistiría en un mundo libre de frustraciones y alie­naciones que vendría a coincidir, en cierto modo, coo el Reino de Dios. En eI contexto de estos materiales, se muestra una concepción de la historia que marcha progresivamente y sin retrocesos.

g) ALGUNAS CUESTIONES MORALES

8.71. Conviene fijarse si, aI tratar la moral, se exponen coo precisión las cuestiones fundamentales: el fio último dei hombre, la verdad, la libertad, la responsabilidad, las normas morales, la conciencia, etc.

8.72. Es particularmente importante comprobar si se expone eI tema de las normas de conducta, inscritas en la naturaleza humana y valederas por sí mis­mas, haciendo ver que, sobre ellas, se basan la ulterior normatividad ética y los imperativos de la específica moral cristiana.

8.73. Obsérvese también eI tratamiento que se hace de la conciencia moral y de su relación coo las normas objetivas de conducta. Se aprecia, coo frecuen­cia, la tendencia a dar a la conciencia subjetiva una prioridad desmedida frente a la norma.

8.74. Ordinariamente, se habla poco de la necesidad de formarse una con­ciencia recta y pocas veces se dice que los católicos tenemos, para ello, una grau ayuda en el Magisterio autêntico de la Iglesia.
8.75. Coo mucha frecuencia, para fundamentar y calificar el comporta­miento ético, se recurre a la noción de opción fundamental que, bastantes ve­ces, oscurece la responsabilidad moral de los actos singulares. Falta claridad y exactitud aI establecer las relaciones entre opción fundamental, actitudes mo­rales y actos morales. En esta cuestión, no se suelen seguir los criterios de la Declaración «Persona humana» de la Congregación para la Doctrina de la Fe, n.O 10.

8.76. A veces, los materiales catequéticos adoptan la división dei pecado en mortal, grave y venial; o también, coo una formulación bastante desconcertan­te, en pecado mortal, pecado venial-grave y pecado venial-leve. EI pecado mor­tal se identifica coo el abandono de la opción fundamental que, tal como, en ocasiones, se describe, se reduciría prácticamente aI pecado de apostasía. Res­pecto a esta cuestión, no se tiene en cuenta la advertencia sobre la triple divi­sión dei pecado que se hace en la Exhortación Apostólica de Juan fabIo 11: «Reconciliatio et paenitentia», n.O 17.

8.77. A propósito de la gravedad deI pecado, se dice coo frecuencia signifi­cativa que no es sencillo saber si nuestros pecados soo mortales o veniales, gra­ves o leves. Lo más llamativo es que no se orienta a los destinatarios para que puedan resolver la situación confusa de su conciencia; bien mediante la bús­queda de consejo, sobre todo en el sacramento de la Penitencia; bien procuran­do adquirir un conocimiento más profundo de la doctrina moral de la Iglesia.

8.78. Cuídese que no se contrapongan una «moral de los mandamientos» y una «moral de las bienaventuranzas». Por el contrario, debe mostrarse la vi­gencia actual deI Decálogo que Cristo interiorizó, radicalizó y llevó a su consu­mación en eI doble mandamiento deI amor a Dios y aI prójimo y en las exigen­cias morales contenidas en el mensaje de las bienaventuranzas. Insístase en el carácter unitario de la ética cristiana que mantiene una continuidad real que va, desde las normas morales inscritas en el corazón deI hombre hasta los im­perativos más radicales de la vida cristiana.


8.79. AI tratar de la moral socioeconómica y política, procúrese que se in­corporen las principales ensenanzas de la doctrina social de la Iglesia y se ten­gan presentes los documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe so­bre la Libertad cristiana y la liberación «
8.80. En materia de moral sexual, examínese con cuidado lo que se refiere a las relaciones prematrimoniales y otros aspectos de la sexualidad humana, a la luz de la Declaración «Persona humana».

8.81. Cuídese también que, aI exponer la moral matrimonial se siga la do c­trina de «Humanae Vitae» sobre la contracepción y se trate de la licitud de los métodos naturales para la regulación de los nacimientos. Muchas veces, se alu­deu a las normas morales de la Iglesia en el campo de la moral matrimonial o se consideran determinados comportamientos de los cónyuges como un con­flicto objetivo de deberes, cuando en realidad no lo es, y en ocasiones, se apela a la conciencia subjetiva de los cónyuges, sin la debida formación adquirida desde la norma objetiva o en contradicción con la misma.

8.82. Por lo general, eI examen de los materiales catequéticos referentes a las cuestiones morales deja la impresión de una moral imprecisa, vaga, carente de la necesaria objetividad.

IH. ASPECTOS PEDAGOGICOS

9. Es fácil comprender que no todos los contenidos catequéticos se han de transmitir en las catequesis destinadas a los ninos. Se habrá, piles, de distri­buir la materia según los ninos avanzan en edad y adquieren una mayor capa­cidad de comprensión.
10. Los materiales han de ofrecer la respuesta cristiana a los problemas, in­quietudes e interrogantes de los catequizandos. AI mismo tiempo por estar des­tinados a edificar la comunidad de fe, han de transmitir el contenido integral de la fe y mantener aquella comunidad de lenguaje que viene exigi da por los documentos de la fe y los catecismos oficiales.

11. Procúrese expresar la fe y la moral cristiana en expresión ordenada, sistemática y jerarquizada de verdades y no como un conjunto de verdades situadas en un mismo plano. La Iglesia reconoce que existe «un orden o je­rarquías de verdades de la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana» (UR 11); lo cual «no significa que algunas verdades pertenezcan a la fe menos que otras, sino que algunas verdades se sustentan en otras, que sou más principales, y por dIas sou iluminadas» (DCG 43).

12. Los instrumentos catequéticos habrán de redactarse en un lenguaje asequible a los hombres de nuestra cultura, teniendo presente, sin embargo, que el Evangelio ha llegado hasta nosotros a través de relatos y fórmulas trans­mitidos en un lenguaje acufíado y fijo. Corresponde a la catequesis, en todo ca­so, explicar, coando sea necesario, el sentido de ese lenguaje.
13. Cuídese de no reducir la catequesis a una mera ensefíanza de fórmulas. Los documentos de la fe se nos entregan en una tradición viva y han de ser re­cibidos desde la experiencia y comprensión que tiene el hombre de sí mismo y de su entorno.

14. La experiencia humana entra en el proceso catequético por derecho propio. Por ello, los materiales han de superar la falsa dicotomía: «catequesis vivencia!» o «catequesis doctrina!». Ha de procurarse, no obstante, que el men­saje catequético no se presente como mero resultado o prolongación de las ex­periencias humanas o que, en el proceso catequético, no se Cliente, por princi­pio, con la experiencia cristiana y eclesial que los destinatarios ya han podido adquirir.
15. Es importante analizar la inspiración pedagógica de falido que presen­tan los libras y materiales y tratar de discernir si es o no adecuada para la transmisión de la fe y para la pedagogía religiosa cristiana. La acumulación, por ejemplo, de técnicas y dinámicas pueden delimitar mocho la presentación directa del mensaje cristiano. Corre el riesgo de desvirtuar este mismo mensaje el empleo sistemático de técnicas que intentan que el grupo de catequizandos exprese, creativamente, «su fe».

16. Conviene hacer notar que el carácter gratuito de la iniciativa divina si­túa a la acción catequética haja el signo de una pedagogía de la gracia o deI dono La primera característica de toda pedagogía catequética, inspirada en la pedagogía divina, es la referencia constante a la acción deI Espíritu, Maestro interior que actúa en la intimidad de la conciencia y deI corazón.

17. Subráyese que la pedagogía catequética es respetuosa con el proceso personal de fe de cada catequizando, con su ritmo propio y su particular itine­rario. EI mensaje cristiano ha de acomodarse a la capacidad deI sujeto así co­mo aI compromiso de la fe en la que Dios nos pid_ a todos las mismas cosas ni aI mismo tiempo.
18. Es importante cuidar la tipografia e ilustración de los materiales cate­quéticos.

Madrid, 20 de noviembre de 1992

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